El pasado viernes 4 de mayo se celebró la última
conferencia sobre las revoluciones árabes. El tema clave fue el análisis del
despertar árabe del 2011 visto un año después. Para ello, contamos con la
presencia de Haizam Amirah Fernández, investigador principal del mundo
árabe del Real Instituto Elcano, y María Antonia Martínez-Núñez, profesora de
la Universidad de Málaga.
En un primer momento, Haizam estructuró su ponencia
alrededor de tres preguntas oportunas y necesarias para comprender el famoso despertar
árabe.
¿Qué es lo que sabemos que ha ocurrido desde finales
de 2010 y principios de 2011?
Se han dado movilizaciones sociales pacíficas en
poblaciones del interior del país a causa de la inmolación de un joven en
Túnez. Existen opiniones divergentes sobre cuál fue el punto de partida de las
revoluciones árabes. Algunos opinan que ésta empezó antes de la inmolación del
joven tunecino, en el campamento por la libertad en el Sahara Occidental.
Túnez es el país que demostró que era posible el
cambio. La sociedad árabe ha perdido el miedo hacia la posible represión del
régimen. El excepcionalismo árabe parecía acabar con estas revoluciones. En sus
eslóganes se leía: “Dégage”, “Karama” y otros mensajes como dignidad, igualdad,
libertad en varios idiomas, porque sabían que la comunidad internacional los
estaba observando, siguiendo. Nadie sabía cómo podrían acabar estas
movilizaciones en Túnez, pero los primeros sorprendidos fueron los
manifestantes cuando se enteraron de que Ben Alí había salido del país.
¿Qué es lo que se creía que se sabía del mundo árabe?
Y de todas esas cosas ¿cuáles eran válidas y cuáles no?
Hasta ahora se creía que la falta de democratización
de esos países se debía a que entendían la democracia como algo occidental y
ajeno a ellos, no compatible con su religión. Se creía que los regímenes tenían
el control pleno de sus sociedades, garantizando así la estabilidad interna y
regional. Con ello, las potencias occidentales tenían acceso a los recursos
naturales. Se creía que la sociedad veía legítima esa situación y que eran
súbditos que adoraban a sus líderes. Se tenía la idea de que el Yihadismo
violento sería el que derrocaría a los regímenes dictatoriales, pero ninguno de
los atentados sirvió para mucho. Al contrario, las revoluciones pacíficas han
sido el principal motor de cambio. Por último, se creía que las movilizaciones
en Túnez se ceñirían a una situación local y que no se extenderían porque en
Túnez existía un mayor nivel educativo, mayor apertura internacional y mayor orientación
hacia Europa. Sin embargo, después de la caída de Ben Alí (al cual Francia
ofreció material antidisturbios) y de la caída de Mubarak (al que Hillary
Clinton defendió en público) se dieron cuenta de que las protestas no solo se
extenderían, sino que acabarían con más regímenes autoritarios y la legitimidad
de Europa en el mundo árabe se vería en entredicho.
Los nuevos actores políticos que entran en el juego de
la transición de aquellos países que ya han derrocado a sus regímenes
autoritarios deberán ser estudiados en profundidad porque son de naturaleza muy
diversa (activistas, grupos sociales…) y de características únicas según
la singularidad del país, bien sea Túnez o Egipto. Dentro de este contexto, no
sabemos cuáles van a ser las nuevas reglas del juego. Algunos están
construyendo un nuevo estado, como Libia, y otros están reformando sus sistemas
políticos como Túnez o Egipto. La incógnita es el tipo de reparto de poder en
torno al cual se organizarán las instituciones del Estado: ¿serán
presidencialistas, o semipresidencialistas? ¿Parlamentarios? ¿Constitucionales?
Túnez está redactando una nueva constitución y en Egipto ésta se está
reformando.
Habrá que prestar especial atención a las futuras
políticas económicas: ¿Qué sistema van a implantar cuando en Occidente se está
demostrando que el liberalismo económico “ha fracasado” debido a la crisis
voraz en la que están sumidos? Existen muchas dificultades de actuación porque
se ha experimentado un descenso en las inversiones extranjeras, en el turismo
(uno de los principales sectores económicos de esos países) además de repetidas
huelgas y movilizaciones de trabajadores.
Mayor hincapié se debe hacer en estudiar las futuras
políticas exteriores con la UE y EEUU, los países sudamericanos y entre ellos.
En estos momentos estamos en el fin de la era de las ideologías. Las sociedades
están demandando soluciones reales a problemas reales, más justicia social y
equidad. Las pasadas ideologías de anticolonialismo, imperialismo, panarabismo
o islamismo han quedado obsoletas. Ahora hay un nuevo concepto de ciudadanía,
porque hasta ahora los ciudadanos para los dictadores eran súbditos. Los
ciudadanos intentan actuar de forma colectiva, buscando soluciones colectivas a
través del intercambio de ideas.
Como conclusión, habría que hacer un ejercicio
optimista. Si la situación se desarrolla como hasta ahora, estos países tendrán
más democracia, más justicia social, y más equidad y serán una oportunidad para
las inversiones de Occidente, fomentando un nuevo modelo de estabilidad
regional que servirá para el desarrollo mutuo. En el peor de los casos, el
mayor riesgo es el radicalismo religioso o de otro tipo, mayor inmigración y
mayor contagio de la posible frustración. Sin embargo, el fatalismo no es la
opción de Occidente. Debemos acompañar a estos países y asesorarlos en el
proceso de reformas hacia la democracia.
Pd. El resumen de la ponencia de María Antonia Martínez-Núñez se publicará en unos días.
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