jueves, 20 de diciembre de 2012

Cristianos entre musulmanes: Marruecos una experiencia de servicio

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El pasado 17 de octubre tuvo lugar la conferencia del seminario interdisciplinar sobre el mundo árabe y su despertar, "El mundo árabe y las religiones". En ella participaron Santiago Agrelo, el obispo de Tánger - que nos informó sobre la situación de los cristianos en Marruecos- y Abdelaziz Hammaoui, profesor de la Cátedra de las Tres Religiones de la Universidad de Valencia – que se centró en la situación de las minorías musulmanas en Occidente. Recogemos aquí unos apuntes de la conferencia que pronunció Monseñor Agrelo.

Santiago Agrelo reflexionó sobre la experiencia de una comunidad cristiana que vive en el contexto religioso cultural de un país musulmán. Puesto que su experiencia es limitada en el tiempo y sus conocimientos de otras comunidades eclesiales que viven entre musulmanes es más bien general, decidió hablar solo de Marruecos y de la Iglesia de Tánger en particular.

Las relaciones entre cristianos y musulmanes en el reino de Marruecos están reguladas por un Estatuto jurídico otorgado a la Iglesia católica por el rey Hassan II. Este documento es un dahir o un decreto real que recurre al buen entendimiento entre las dos religiones: "Desde tiempo inmemorial, un espíritu de entendimiento fraternal ha marcado siempre, en nuestro país, las relaciones entre cristianos y musulmanes". Como se puede apreciar, en el documento no se habla de un perenne entendimiento, sino de un espíritu de entendimiento.

Las normas que regulan la vida entre cristianos y musulmanes en Marruecos y que mejor responden a las exigencias de nuestra época se describen en el dahir, que tiene forma de carta enviada al Papa de la Iglesia Católica. "Por lo que se refiere a la forma, nuestra respectiva condición –Vuestra Santidad en tanto que jefe de la Iglesia católica en tanto que Comendador de los creyentes- confiere al contenido de la presente carta el valor de disposiciones legislativas".
  • Posibilidad de ejercer públicamente y libremente sus actividades propias, en particular las relativas al culto, al magisterio, a la jurisdicción interna, a la beneficencia de sus fieles y a la enseñanza religiosa.
  • La Iglesia católica está representada por los superiores de circunscripciones eclesiásticas que pueden ejercer todos los actos concernientes a la gestión de sus bienes.
  • Los sacerdotes, religiosos y asimilados que ejercen sus actividades en las obras de la iglesia (comprendidas las instituciones de asistencia y enseñanza) no estarán sometidos a ningún impuesto por el hecho de que no perciben salario alguno.
  • Asimismo, se beneficiaran de la exoneración de impuestos en los edificios de culto y religiosos.
  • Con el fin de atender a su subsistencia, la Iglesia está habilitada para recibir la ayuda necesaria.
  • Se tiene derecho a crear asociaciones con finalidad confesional, educativa y caritativa, así como el derecho de visita a los presos de confesión católica. 
Sin embargo, el ejercicio de esta capacidad puede verse dificultado por innumerables triquiñuelas burocráticas, que con frecuencia son antesala de comportamientos corrompidos.
Asimismo, vale la pena señalar el sentido de equidad, puesto que no se le conceden privilegios a la Iglesia, pero se le reconocen derechos comunes a todas las personas que no perciben un salario y exenciones comunes a los edificios dedicados al culto o a un uso religioso. En línea con lo anterior, estas regulaciones representan una garantía de subsistencia, puesto que la Iglesia al no tener recursos propios, le permite percibirlos del exterior.

Si empezamos a hablar de derechos, debemos hablar de reciprocidad. Se trata de algunos derechos, supuestamente reconocidos a los musulmanes en los países democráticos, y supuestamente negados por los musulmanes en sus países a quienes no son musulmanes. Es, sin duda, el derecho a escoger religión y de vivir en la propia fe religiosa. La deseada correspondencia de derechos habría de darse entre realidades homogéneas, entre nación y nación, entre religión y religión, sobreentendido que esas naciones habrían de tener un fundamento jurídico común y que esas religiones tendrían que tener unos valores compartidos.

Si hablamos de diálogo entre culturas, o entre religiones, además de ser una necesidad para favorecer una convivencia en paz, es una exigencia de la fe. La Declaración Nostra Aetate del Concilio Vaticano II expresa que la relación de la Iglesia católica con las religiones no cristianas entraba de forma doctrinalmente irreversible por el camino del respeto y del diálogo: "La Iglesia católica no rechaza nada de lo que en estas religiones es verdadero y santo. Considera con sincero respeto los modos de obrar y de vivir, los preceptos y doctrinas que, aunque discrepen mucho de los que ella mantiene y propone, no pocas veces reflejan, sin embargo, un destello de aquella Verdad que ilumina a todos los hombres". Sin embargo, la Iglesia "anuncia y tiene la obligación de anunciar sin cesar a Cristo, que es camino, verdad y vida, en quien los hombres encuentran la plenitud de la vida religiosa, en quien Dios reconcilió consigo todas las cosas". Como buen cristiano, la Iglesia pide a sus fieles que "reconozcan, guarden y promuevan aquellos bienes espirituales y morales, así como los valores socio-culturales que se encuentran en ellos".

En Marruecos, la Iglesia se encarga de dar apoyo y educación no solo a cristianos sino también a musulmanes. En sus guarderías, en la escuela de educación para sordomudos, en el centro de educación para niños discapacitados, en los centros culturales, en los centros de acogida de niñas con riesgo de exclusión social no imparten enseñanza religiosa cristiana, sino educación específica y básica, educación en valores universales para integrar a las mujeres o formación complementaria para los niños de las escuelas de Marruecos. Gracias a la ayuda de las familias e instituciones, la Iglesia ayuda a superar deficiencias, forma para la subsistencia y respeta escrupulosamente al Islam.

Monseñor Agrelo concluyó asegurando que la Iglesia en Marruecos intenta dar pasos hacia un mundo de hombres y mujeres conscientes de la propia dignidad; de una sociedad consciente y respetuosa de los derechos inviolables de cada uno de sus miembros; un mundo en el que los creyentes, sea cual fuere su fe, reconozcan en el honor que deben a Dios el fundamento y la razón de su preocupación por el bien del hombre. Traer el futuro al presente: igualdad, libertad y solidaridad. Aun así, queda mucho camino por recorrer para que las diferencias de sexo, raza, religión o cultura no supongan desigualdades en el ejercicio de los derechos fundamentales de las personas.

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