miércoles, 18 de febrero de 2015

ACABAR CON LA POBREZA


En 1998 el premio Nobel de la Paz y ex presidente de Sudáfrica, Nelson Mandela, dijo: “si no hay comida cuando se tiene hambre, si no hay medicamentos cuando se está enfermo, si hay ignorancia y no se respetan los derechos elementales de las personas, la democracia es una cáscara vacía, aunque los ciudadanos voten y tengan parlamento”.
En el mundo en que vivimos ciertas élites políticas y económicas nos quieren hacer ver que la democracia significa votar cada X años en unas elecciones supuestamente libres. La democracia es una forma de gobierno en la que la soberanía reside en el pueblo. Dada la imposibilidad física de que todo el pueblo ostente el poder, este se delega en unos representantes bajo la fórmula de “una persona, un voto”. Hemos elegido la democracia porque creemos que es capaz de permitir una vida digna, en paz, en igualdad y con posibilidades de alcanzar la felicidad. Se trata de un medio para conquistar unos fines; si estos no se dan, ¿de qué sirve votar? Si no tenemos unas mínimas condiciones de vida (comida, salud, seguridad, etc.) ¿qué es lo que votamos cada 4 años? Votar es muy importante, pero solo si sirve para algo, si tiene consecuencias reales.
Foto de Melissa Farlow / UN ISDR
Tenemos la suerte de haber nacido en un país “desarrollado”. Ese status no supone la eliminación de las deficiencias y problemas que existen, pero sí significa que la mayoría de la población tiene unas necesidades básicas cubiertas. A pesar de que esta mayoría se ha reducido considerablemente con la crisis. Lo verdaderamente triste y grave es que en el siglo XXI, casi 70 años después de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, muchos seres humanos se encuentren privados diariamente de algunos derechos básicos proclamados en ella.
Los Objetivos de Desarrollo del Milenio (ODM), fijados en el año 2000, tratan de lograr que toda la humanidad tenga unas condiciones mínimas de vida aseguradas y se respeten los derechos humanos. Tras 15 años desde su establecimiento toca hacer balance y renovarlos. Esto es lo que se ha propuesto Naciones Unidas para 2015 y en lo que ya lleva tiempo trabajando. Se programó una Agenda que acabará dando lugar  a unos nuevos objetivos a finales del presente año que pasarán a llamarse Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS).
Es necesario un debate profundo sobre cómo han funcionado los ODM para que los ODS consigan mejores resultados. Los avances de los primeros son innegables y dignos de celebrar, pero ninguno de los 8 se ha cumplido de forma tajante y se han mostrado insuficientes. En África subsahariana el avance es mínimo en todos ellos, como detalla el XI Informe Anual de la Plataforma 2015 y más. http://www.ecosfron.org/portfolio/xi-informe-anual-de-la-plataforma-2015-y-mas/
El no cumplimiento de los ODM ha evidenciado que algunos de los grandes problemas de la humanidad requieren cambios estructurales y esto, por desgracia, no suele estar presente en la agenda política internacional sobre desarrollo. Como dijo Koldo Unceta en su intervención: “el modelo actual es devastador en lo ecológico y excluyente en lo social”.
Muchos indicadores sobre desarrollo han mejorado durante estos años pero el problema es que la desigualdad, tanto interna como entre los países, no solo no ha disminuido sino que ha aumentado. Ahí reside la raíz de muchos de los problemas y conflictos que sufrimos.
El “PIB per capita”, utilizado para medir los avances, deja muchos aspectos sin analizar y esconde grandes desigualdades internas. Ya en los 90 quedó claro que no basta con que crezca el PIB de un país para salir del subdesarrollo. La idea de que el propio mercado libre elimina la pobreza ya se esfumó. En 2014 Oxfam Intermón y otras entidades dieron cifras similares sobre la desigualdad mundial, el 1% de los hogares mundiales acumulaban cerca del 50% de la riqueza mundial. La brecha es brutal.
¿Qué pasaría si África consumiera al mismo ritmo que Europa? El fallo es que el sistema esta diseñado para que unos tengan mucho y otros muy poco. El problema reside en cómo convencer a los que les sobra para repartir entre los que les falta. Las relaciones de win to win (todos ganamos) son muy difíciles de llevar a la práctica cuando unos ya se han acostumbrado a vivir en la abundancia. En el sistema económico mundial unos ganan y otros pierden. El problema es profundo y estructural, el horizonte está en un modelo más igualitario basado en la redistribución de riqueza que garantice a todos los seres humanos unas condiciones de vida dignas.




Por Mario Coscolin.

miércoles, 4 de febrero de 2015

ALGO VA MAL


Durante el mes de diciembre se celebró el III Foro de Jóvenes de Aragón dedicado a la seguridad internacional en el globalizado mundo actual. Como ponentes contamos con Claudia Pérez Forniés, Nerea Vadillo Bengoa y Jesús A. Núñez Villaverde. Éste último, en sus primeros minutos de intervención afirmó que la seguridad internacional no pasa por un buen momento. Quizá no sirva de mucho establecer comparaciones con otras épocas pero está claro que algo falla cuando ocurren cosas como las que vemos continuamente en los telediarios:
-          Un iraní toma varios rehenes en una cafetería en Australia. Tres personas mueren.
-          Un país occidental gasta más del doble de recursos para combatir el ébola en su territorio, donde se han dado un par de casos, que en el foco del virus, donde se cuentan por miles.
-          Rescatan una patera con solo 28 supervivientes de los 58 ocupantes iniciales cerca de Almería que intentaban llegar a la península en busca de una vida digna.
-          El Estado Islámico (DAESH) distribuye una guía sobre como tratar a las mujeres en la que las califica de esclavas y contempla la violencia física y sexual.
-          Un informe del Senado norteamericano revela las torturas a las que fueron sometidos los sospechosos del terrorismo tras el 11-S.
Estas noticias, tan solo algunas de las acontecidas en la segunda semana de diciembre de 2014, nos permiten hacernos una idea de la cantidad de noticias terribles que se dan a lo largo de un mes.
Tras el fin de la Guerra Fría el bloque llamado occidental se quedó sin enemigo sobre el que fijar las miradas. Como es un recurso cómodo y habitual la búsqueda de un enemigo externo que permita desviar la atención de los problemas internos, cercanos, no tardaría mucho en encontrar uno nuevo: el mundo islámico. En los medios de comunicación el yihadismo, el terrorismo islámico o el Estado Islámico/ISIS/DAESH -como se le quiera denominar-, se presentan como las grandes amenazas para la paz y seguridad internacional, mientras que las muertes por pobreza y desnutrición son, en ocasiones, tratadas como algo superficial pese a ser en cuantía infinitamente superiores. En el mundo globalizado de hoy la mayor causa de conflicto es la desigualdad.
Tradicionalmente el mayor riesgo para la paz lo constituían los conflictos armados convencionales pero hoy existen nuevas amenazas como el terrorismo, las organizaciones criminales internacionales, las armas de destrucción masiva, la pobreza, los conflictos culturales, étnicos o religiosos, las amenazas derivadas del medioambiente y las epidemias. Para luchar contra estos desafíos “la multilateralidad es una obligación, no una opción” según Jesús Núñez. Ningún Estado puede enfrentarse por sí solo a estos problemas, su esfuerzo sería en vano pues no hay fronteras para los riesgos actuales.
Pero, conviene diferenciar de amenazas y riesgos, como Javier Jiménez Olmos, organizador del Foro, observa: los riesgos son la potencialidad de una amenaza, los conflictos surgen cuando los riesgos no son tratados convenientemente y se convierten en amenazas.
Respecto al desenfoque de la realidad que antes mencione, ¿no sería más rentable (por lo menos en cuanto a vidas humanas) destinar más dinero al desarrollo o la educación que a los ejércitos? La percepción de la amenaza es muy subjetiva, depende de diversos factores como localización, momento temporal, situación económica, entre otros. El entorno y los medios de comunicación también tienen un papel clave. Ellos marcan la agenda y encuadran lo que les interesa, de ahí su gran poder hoy en día. La razón última de ese desenfoque reside en que somos corresponsables del malestar e inseguridad de muchos de nuestros semejantes; es decir, es nuestra conducta la que provoca, en ocasiones, riesgos y amenazas. Pero es más fácil echar la culpa a otro o camuflar el problema que asumir responsabilidades y cambiar las reglas del juego.
No es momento de grandes debates, ni de buscar culpables, ni de desviar la atención. Conocemos gran parte de nuestros problemas y tenemos medios y recursos para combatirlos. Es hora de actuar, de buscar soluciones y de cambiar las reglas. Es imprescindible para ello que las instituciones internacionales, con Naciones Unidas a la cabeza, den un paso al frente y empiecen a funcionar como verdaderos gobiernos supranacionales. Igualmente una sociedad civil internacional que pueda y quiera exigirles.




Por Mario Coscolin.